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CAPITULO I 

La Fé en Pedazos

 

Astutamente, los españoles enterraban a las estatuas en lugares estratégicos a escondidas de los campesinos, y después de un tiempo, los hacían cavar a ellos mismos en el sitio exacto que les indicaban. Un día, los lugareños encontraron el entierro de una imagen. Los extranjeros, fingiendo estar sorprendidos por el hallazgo, se postraban de rodillas en el suelo y con las manos juntas mirando hacia el cielo gritaban en voz alta:

 

            - ¡Esto es un milagro de Dios! ¡Bendito seas, señor!

 

            Entre ellos se encontraba un hombre ya mayor, de unos setenta años de edad, quien lucía una túnica de color marrón que bajaba desde su encorvado cuello hasta las puntas de sus pies, a la cual él llamaba sotana. Estaba atada en la parte de la cintura con un cordón blanco en forma de lazo que colgaba hasta más abajo de las rodillas; el hombre tenía la cabeza totalmente calva, y el rostro cubierto por una poblada y larga barba que iba a descansar sobre su hundido pecho.

            Quienes lo rodeaban le decían “El padrecito” o también “El curita”; y él, con su voz de autoridad religiosa les decía:

 

  • ¡Este lugar es santo!, está siendo bendecido por nuestro creador y padre celestial. Él lo ha escogido como la tierra prometida para poner sus representantes aquí en la tierra. Por esa razón construiremos acá un templo alto y muy bello, con ángeles y querubines y que sea también amplio para que albergue a todo el pueblo. Lo llamaremos La casa de Dios, y allí les rendiremos culto de adoración a estas santas imágenes, porque ellas serán las intercesoras entre Dios y todos los que creemos en él para la salvación de nuestros pecados.

                                                                                                                             

            Precisamente el hallazgo ocurrió en el lugar donde actualmente se yergue la Iglesia de Toledo, cuando los hombres cavaban la tierra para construir una de las primeras casas del futuro pueblo. Muy cerca de la estatua a la que el cura bautizó como la Virgen María, en honor a la madre del salvador de la humanidad, nuestro señor Jesucristo, fueron encontradas también un par de hermosas campanas, que tenían un sonido muy fino y sensible, que llegaba a penetrarse muy hondo, en el corazón, como el filo de una espada, hasta los profundos sentidos del alma. Habían sido hechas con el metal más preciado del mundo, el oro, aleado con un porcentaje de cobre.

            A la estatua que ya llevaba el nombre de la Virgen María, le construyeron un templo tal como lo decidió el “Curita”: en el mismo lugar donde fue encontrada, y a las hermosas campanas se les levantó una pequeña torre en el mirador más cercano a la entrada al pueblo, que en tiempo posterior, llegaría a conocerse como “El Campanario”.

 

            Volviendo a la historia del Perú, el Virrey y todos los españoles que llegaron a estas tierras extendieron su raza engendrando hijos e hijas, quedando Toledo ya no como una ciudad incaica sino como una colonia de inmigrantes europeos. Las nuevas familias que se iban procreando, era gente de piel muy blanca, hombres de poblada barba y mujeres muy hermosas con el cabello 

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